Uno convive con los escritores muertos como si
estuvieran vivos. Muchas veces, con más naturalidad que con los que andan
cerca.
Vienen a nuestra casa desde el siglo
diecinueve o desde el diecisiete y se instalan a conversar de todo. Quizás no
de estos precisos tiempos, no de las elecciones y los candidatos, que seguro
los aburren porque ya han visto mucho, pero sí de que el volcán Popocatépetl
echaba fumarolas, como ahora, cuando nació Sor Juana, mientras que Amado Nervo
nunca lo vio sino quieto.
En el hermoso y encantado libro con que Nervo
volvió a poner a Sor Juana en el ánimo y la cabeza de los desmemoriados
mexicanos, dos siglos y medio después de su nacimiento, cita al padre Calleja,
devoto de Sor Juana, su primer biógrafo, cuando describe que ella nació cerca
de “dos montes que no obstante lo diverso de sus cualidades, en estar cubierto
de sucesivas nieves el uno, y manar el otro perenne fuego, no se hacen mala
compañía entre sí”. Después, en un pie
de página, Nervo comenta cuán raro le parece que, apenas hacía doscientos
cincuenta años, el volcán estuviera en actividad constante. No sabía él que un siglo después de su comentario,
estaríamos nosotros viendo brotar fuego y cenizas, algunas veces de cerca, pero
todas las noches en un aparato que tal vez él, curioso y deslumbrado por las
rarezas del mundo, encontraría cosa del cielo: el televisor, porque da “la ilusión de una proximidad
emocionante”. Como la que él sintió una noche bajo el aire de Nepantla, la
primera vez que ahí estuvo. ¡Aquí nació Sor Juana!, se decía “vagando entre los
campos anegados de luna.”
Las cosas que podía escribir Nervo en elogio
de un mundo que ya no sabemos nombrar así, porque está mejor fotografiado de lo
que podemos contarlo. Hace apenas un siglo que escribió deslumbrado por Sor
Juana y la puso en el siglo veinte antes que nadie. Y ahora aquí andan los dos,
conversando sobre mi escritorio. Haciéndome el honor.
A propósito del volcán, hablamos del fuego. Y leo
a Juana Inés:
Que
el Cielo todo en llamas encendido
De
improviso a la tierra se ha venido
Y
es tan crespo el volumen de centellas,
Que
son rasgos el Sol, Luna y Estrellas!
Rasgo el sol, comparado con el volcán echando
luces. Sin duda. De qué manera viene a cuento. Sor Juana siempre viene a
cuento. Es cosa de llamarla. Y esto mismo cree Nervo cuando le dice:
“Todo
yo soy un acto de fe
Todo
yo soy un fuego de amor.”
Lo recitaba mi abuela que era memoriosa y
aprendió de joven toda esta poesía que entonces era como aprender canciones. Yo
aprendí a Nervo escuchándola.
“Al
reventar el alba del día que me quieras,
tendrán todos los tréboles cuatro hojas agoreras”
tendrán todos los tréboles cuatro hojas agoreras”
Punto: Intento, con este principio, un texto
para el Puerto Libre de Nexos, que se entrega casi un mes antes de verlo
publicado. Como no supe a donde ir, porque se me acabó la cuerda, vine a “vosotros”, y no digo a “ustedes”
porque ando en el diecinueve de Nervo y el diecisiete de la Sor, así que hablo
como ustedes, los que no viven en América.
Y en esto ando, perdón, en no dar señales, en no ser humo, en no mostrar
aquí el incendio en que vivo. Y los extraño tanto. De verdad me propuse hace un
mes venir más seguido, pero no le he hecho, lo que habla de mí tan mal como
nunca hablarán ustedes. Bondadosos, como siempre, con esta su devota lejana.
Quiero intentar un breve recuento de lo que ha
sido de mí, pero no sé ni por dónde empezar. Lo primero es que nada más vine al
blog la última vez y salí rumbo a Londres, en donde estuve contenta, pero nunca
con un minuto. Por eso no recobraré esos días, porque no los escribí a tiempo y
se han vuelto parte de esto que ahora quiero llamar “La emoción de las cosas”.
Creo que así le pondré al libro. ¿Les gusta?
Al volver de Londres pasé aquí dos semanas de
locos y para reponerme de tantísimo trajín me fui volando a ¡Cozumel! Y, saben
ustedes que es mucho decir, estuve dichosa, más dichosa que nunca en ese lugar
que sólo me da alegrías. Ahora fui con mi hermana, se podrán imaginar. Fuimos
del agua a las palabras y de las palabras a la tarde con el sol guardándose y
de ahí a la tibia luna y la alta madrugada. Sin detenernos más que para dormir
y seguir en la dicha. En el dulce no hacer nada.
Luego volvimos a Puebla. Y de eso les hablaré otro
día, para que no digan que tardo en volver. Ahora iré de nuevo al texto que me
trae entre cejas y que no sé cómo seguir.
Punto y aparte: Si pueden vayan a Nexos y
dejen un recado, porque hacen muy feliz a mi hijo Mateo cuando quedo hasta
arriba en las preferencias.
Los quiero mucho, aunque no siempre lo noten.
Mil besos.