miércoles, 21 de marzo de 2012

Tiemblo cuando te beso

La primera versión de esta casa en la que vivo, se construyó hace un siglo. Yo encontré los escombros hace veinticinco años y la reconstruí sobre los mismos cimientos y las mismas paredes. Todavía, en la sala, dejé a la vista el tepetate de una pared original, para que la memoria de la casa hable todos los días. Este rumbo, llamado Tacubaya, era, en el 1912, un lugar para casas de campo. Tan vieja es que hasta un fantasma tiene. Cuando yo la encontré no tenía ni pisos, ni techos, porque habían sido de madera y se pudrieron con el abandono. Tardamos dos años en dejarla habitable la primera vez. Tres días antes del horrible terremoto de 1985, yo había visto la casa subiéndome a la verja. La vi tras el temblor y estaba idéntica. No se había movido una piedra. Así que, contra todo acto racional, la compré. Y a penar se ha dicho haciendo toda clase de trabajos para ir pagando cada ladrillo. Ahora que lo cuento me divierte porque no puedo creer que alguna vez tuve edad para tal derroche de energía. Es una historia larga que resumo en la sentencia: aquí en mi casa los temblores casi no se sienten. Vengo ahora a este puerto, como debería venir siempre, a contarles que no nos pasó nada. Los mexicanos, cosa rarísima porque últimamente todo nos cae, estamos a salvo, por fortuna y aunque parezca raro. Un temblor de más de siete, nos dejó impávidos. Suerte nuestra el que la madre naturaleza no haya querido ponerse más brava.   

Eran como las doce. La verdad no he tenido tiempo ni de preguntar qué horas habían dado los relojes. Estaba escribiendo y noté que temblaba aquí arriba, porque como la casa siguió creciendo ahora mi estudio está en el tercer piso. En un hueco que le abrimos al aire, para quedar en vilo entre dos árboles. El perro se levantó a curiosear. Yo me quedé sintiendo. Soy muy irresponsable y prever no es lo mío. Así que no me imagino más de lo que está pasando. A pesar de que en el 85, tras el temblor, caminamos en medio del espanto, por el centro de la ciudad, durante horas. No pienso en la catástrofe. En mi familia nunca hubo miedo a los temblores. “¿Está temblando?” preguntaba uno de un cuarto al otro. “Sí, está temblando”, nos contestaba quien quiera que anduviera en el cuarto vecino. Y seguía la vida. A mis hijos les pasé la misma actitud y el pobre de Héctor ha tenido que acostumbrarse a tan raros hábitos.  No es valor, es intemperie. No se me ocurre ni moverme. Lo que sí supe desde el principio es que no era vértigo lo que sentía. Salí a la azotea y desde ahí llamé a Lupita para preguntarle cómo le había ido. “Aquí no tembló” dijo sin moverse de frente a la estufa. Así es el primer piso de mi casa. Sus enormes paredes están acostumbradas a los malos humores de este suelo.

Héctor llamó para preguntar cómo me había ido, pero simulando naturalidad. Luego me confesó que sí había tenido algo de susto, pero que en Nexos no se había caído nada y que según se leía no había pasado mayor cosa en ninguna parte. Al rato llamó Cati que por el twitter había sabido del asunto al mismo tiempo que yo. Y habló Mateo, habló Lola, habló Conchita. Y escribieron algunas de las más rápidas corresponsales de este Puerto. Por fortuna, la paz. Mi teléfono celular está cada vez más viejo, así que no sé si no ha sonado por   descompuesto o porque no se le dio la gana.
Y yo aquí ando, segura de que me hacía falta contarles lo que pasa cuando nada pasa.

Punto: El domingo estuve en un concierto en el que Eugenia Léon cantó el “Como yo te amé” de un modo tal que me puse a llorar en la segunda fila del teatro, como no lloro ya, yo que no lloro. Como lloraba en otro tiempo a la menor provocación. Y me acordé en dos minutos de las muchas cosas que en estos tiempos hubieran merecido un llanto. El corazón de Paco, los hermanos de nuestros amigas, mi ausencia de este Puerto movida por no sé qué razón de fuerza mayor que no ha movido nada. Porque ni una fábula ha salido de esta máquina desde la que ahora les escribo.

Punto y aparte: Aun no sé cómo escribir en este blog. Se lo he preguntado a Leti varias veces y he tratado de seguir los pasos que me indica, pero no me da el talento. Así que otra vez vuelvo a pedirle que ella se haga cargo de mandar este envío.

Punto final: prometo que he de venir con más frecuencia. Pero si quieren compartirlo, vamos a pensar cómo. Por lo pronto, va mi certeza de que esta amistad es un puerto libre.   

jueves, 8 de marzo de 2012

Una tristeza y un premio

Queridos: Si es verdad que somos lo que dejamos en los otros, la pena de Casiopea tendrá compañía en la memoria de las estrellas que otra dejó en su vida. Yo, desde aquí, le mando un abrazo muy largo.

He andado corriendo, pero ya no sé vivir de otro modo. El domingo presenté a la periodista Cristina Pacheco, sí, la esposa de José Emilio, que ganó el premio Rosario Castellanos. La primera vez en que se otorga este premio. Yo no conozco a nadie más trabajador que Cristina. Ya mañana les mandaré lo que dije. Por lo pronto les mando un pedazo grande de mi corazón.

jueves, 1 de marzo de 2012

Organización

Queridos: Estoy organizando un libro con los textos que escribí para el blog, entretejidos con los que he publicado en Nexos los pasados tres años.

Gracias por tenerme paciencia y por seguir la tertulia en estos rumbos. Pongo aquí este cariño para que la conversación vuelva a organizarse y les recuerdo que el texto de Nexos está ya en la red. (http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=2102586)

Mil besos.