jueves, 10 de mayo de 2012

El volcán de Juana y Amado


Uno convive con los escritores muertos como si estuvieran vivos. Muchas veces, con más naturalidad que con los que andan cerca. 
 Vienen a nuestra casa desde el siglo diecinueve o desde el diecisiete y se instalan a conversar de todo. Quizás no de estos precisos tiempos, no de las elecciones y los candidatos, que seguro los aburren porque ya han visto mucho, pero sí de que el volcán Popocatépetl echaba fumarolas, como ahora, cuando nació Sor Juana, mientras que Amado Nervo nunca lo vio sino quieto. 

En el hermoso y encantado libro con que Nervo volvió a poner a Sor Juana en el ánimo y la cabeza de los desmemoriados mexicanos, dos siglos y medio después de su nacimiento, cita al padre Calleja, devoto de Sor Juana, su primer biógrafo, cuando describe que ella nació cerca de “dos montes que no obstante lo diverso de sus cualidades, en estar cubierto de sucesivas nieves el uno, y manar el otro perenne fuego, no se hacen mala compañía entre sí”.  Después, en un pie de página, Nervo comenta cuán raro le parece que, apenas hacía doscientos cincuenta años, el volcán estuviera en actividad constante.  No sabía él que un siglo después de su comentario, estaríamos nosotros viendo brotar fuego y cenizas, algunas veces de cerca, pero todas las noches en un aparato que tal vez él, curioso y deslumbrado por las rarezas del mundo, encontraría cosa del cielo: el televisor,  porque da “la ilusión de una proximidad emocionante”. Como la que él sintió una noche bajo el aire de Nepantla, la primera vez que ahí estuvo. ¡Aquí nació Sor Juana!, se decía “vagando entre los campos anegados de luna.”

Las cosas que podía escribir Nervo en elogio de un mundo que ya no sabemos nombrar así, porque está mejor fotografiado de lo que podemos contarlo. Hace apenas un siglo que escribió deslumbrado por Sor Juana y la puso en el siglo veinte antes que nadie. Y ahora aquí andan los dos, conversando sobre mi escritorio. Haciéndome el honor. 

A propósito del volcán, hablamos del fuego. Y leo a Juana Inés:
Que el Cielo todo en llamas encendido
De improviso a la tierra se ha venido
Y es tan crespo el volumen de centellas,
Que son rasgos el Sol, Luna y Estrellas!
Rasgo el sol, comparado con el volcán echando luces. Sin duda. De qué manera viene a cuento. Sor Juana siempre viene a cuento. Es cosa de llamarla. Y esto mismo cree Nervo cuando le dice:
“Todo yo soy un acto de fe
Todo yo soy un fuego de amor.”
Lo recitaba mi abuela que era memoriosa y aprendió de joven toda esta poesía que entonces era como aprender canciones. Yo aprendí a Nervo escuchándola.
“Al reventar el alba del día que me quieras,
tendrán todos los tréboles cuatro hojas agoreras”

Punto: Intento, con este principio, un texto para el Puerto Libre de Nexos, que se entrega casi un mes antes de verlo publicado. Como no supe a donde ir, porque se me acabó la cuerda,  vine a “vosotros”, y no digo a “ustedes” porque ando en el diecinueve de Nervo y el diecisiete de la Sor, así que hablo como ustedes, los que no viven en América.  Y en esto ando, perdón, en no dar señales, en no ser humo, en no mostrar aquí el incendio en que vivo. Y los extraño tanto. De verdad me propuse hace un mes venir más seguido, pero no le he hecho, lo que habla de mí tan mal como nunca hablarán ustedes. Bondadosos, como siempre, con esta su devota lejana. 

Quiero intentar un breve recuento de lo que ha sido de mí, pero no sé ni por dónde empezar. Lo primero es que nada más vine al blog la última vez y salí rumbo a Londres, en donde estuve contenta, pero nunca con un minuto. Por eso no recobraré esos días, porque no los escribí a tiempo y se han vuelto parte de esto que ahora quiero llamar “La emoción de las cosas”. Creo que así le pondré al libro. ¿Les gusta?

Al volver de Londres pasé aquí dos semanas de locos y para reponerme de tantísimo trajín me fui volando a ¡Cozumel! Y, saben ustedes que es mucho decir, estuve dichosa, más dichosa que nunca en ese lugar que sólo me da alegrías. Ahora fui con mi hermana, se podrán imaginar. Fuimos del agua a las palabras y de las palabras a la tarde con el sol guardándose y de ahí a la tibia luna y la alta madrugada. Sin detenernos más que para dormir y seguir en la dicha. En el dulce no hacer nada. 
Luego volvimos a Puebla. Y de eso les hablaré otro día, para que no digan que tardo en volver. Ahora iré de nuevo al texto que me trae entre cejas y que no sé cómo seguir. 

Punto y aparte: Si pueden vayan a Nexos y dejen un recado, porque hacen muy feliz a mi hijo Mateo cuando quedo hasta arriba en las preferencias. 

Los quiero mucho, aunque no siempre lo noten. Mil besos.